quarta-feira, maio 01, 2013


JUANA LA BORRICO


Ni te toqué. Bajabas la Bajada
del Escribano. El bar Los Marinos
o más bien, casi siempre, la esquina de la calle
eran tu apostadero bajo el farol como de tango. Sola.

Sola.

Las otras iban por parejas
o se juntaban cuatro, seis. Alguna vez
también andaban solas. Pero tú siempre. Y nunca te toqué.
Nunca te hablé. Me intimidaban tu leyenda
eso es lo más puta del mundo.
Se la tiró el "Canarias" entero en una noche»),
tu palidez apenas retocada por carmines de a duro
con que te mire, te entra un sifilazo»),
la estatura huesosa, laquijada del mote,
la cara alegre que
– ahora se da uno cuenta – fue lo que me alejó
de, por lo menos una vez, hablarte.

Porque no era un disfraz tu alegría (lo sabes,
lo sabíamos todos), no era
la superpuesta animación
profesional de las demás,
mejor vestidas y menos tiradas.
No estaba en los vapores de los vinos o el brandy.
Una alegría sin sombras, aunque también te viera
llorar y maldecir alguna noche,
una alegría larga era lo tuyo («yo lo que creo es que está loca»).

Y enrrumbabas la calle a trompicones
riéndote de veras al brazo del serio pueblerino tembloroso,
del garzón albañil recién cobrado,
o un borracho pegado a la derecha,
otro a la izquierda y siempre mucho más
alta que todos, para el catre,
tu catre, allí a diez escalones del acecho.
(De dónde la alegría, Juana, aquella
despreocupada, fresca alegría
entre el pitar quejoso de los barcos,
la tiniebla empapada,
el viento enfermo de los callejones?)

Y desde el ventanillo de tu cuarto
llegaba el aullido de los hombres
junto a tu risa turbia de intemperie,
de humillaciones que jamás te hirieron.
Tu risa de absoluta y no forzada reina
de la noche y del sexo.
                                        Tu risa victoriosa.

- Fernando Quiñones

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