Biedma, o génio humano
Lo fundamental de aquella tarde es que entré a las cuatro y salí a las ocho. La generosidad de aquellas horas. Y, creí percibir, una sensación de soledad, de no querer estar solo, de temer la llegada de la noche, de querer seguir hablando, conmigo o con cualquier otro. Le pregunté mucho y me contó mucho, con precisión, como si dictara, con una fascinante gracia expresiva. No recuerdo los asuntos de la conversación pero sí su vuelo y su tono. Y, sobre todo, que fue una conversación, no una entrevista. Le regaló una conversación a aquel jovenzuelo enmudecido, le trató como si fuera un amigo, alguien de su edad. Conversaba “artísticamente”, cierto, con “intenciones estéticas, creando efectos, por divertirme y divertir a los demás”. Eso es lo que permanece, eso es lo que importó y sigue importando.
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