recuerdo lo es de los días ágiles del verano y la memoria
sedimenta su lodo únicamente en las tardes repetidas del
invierno. Hay ciudades que se recuerdan por la generosidad
de sus avenidas, por sus catedrales o por sus concurridos
cafés. La memoria distingue los hundimientos de la cal-
zada, los mensajes escritos en los muros, el picaporte de
las puertas en las tiendas oscuras, o el acento del norte de
un vendedor de lotería. El tiempo no daña el recuerdo,
pues ante él todo permanece con ese aire intemporal que
tienen las postales iluminadas a mano. No soporta la
memoria enfrentarse al tiempo presente: esas pequeñas
mudanzas (un empedrado distinto, un edificio o un
comercio nuevos, una ausencia entre las voces de la
plaza...) complican cualquier regreso. La respuesta del
recuerdo es el énfasis. La memoria prefiere la indiferencia.
Piensa que su lugar debe estar en otra parte. Una cosa
más: el recuerdo se narra en tardes de muchos amigos en
torno a una mesa; la memoria si se transmite es em silencio,
cuando por ejemplo te aprieto la mano al pasar frente a la
cochera de tranvías en Alcântara.
J.A. Cilleruelo - Día de Playa
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