el color de las lámparas de gas
y yo tan pocos años que miraba
caer en las hamacas
una lenta experiencia de cansado
septiembre.
Era en las tardes últimas.
Sentados sobre el porche veíamos la luz.
Finales de verano por las enredaderas,
en los olivos secos,
las palmeras desnudas de un jardín
donde nada pasaba,
solamente la vida.
Con qué coraje, amor, y qué deprisa
se nos llenó más tarde
de paseos franceses y de farolas viejas.
Y era un tiempo feliz el que vivimos,
según dijeron luego. De mi infancia recuerdo
dos zapatos vacíos y azules en el suelo,
el olor de la casa,
sus ojos y los tuyos que llegaron despacio
igual que aquellos sueños
heridos tibiamente por un lápiz de labios,
carmín desesperado de posguerra.
Crecimos
en la oscura presencia de su risa,
sobre balcones altos y glorietas,
de espaldas al temor, a la miseria
que nos miraba a veces
desdibujadamente
desde la ventanilla del último autobús.
Perdón si os hice trampa
pero pienso que nada queda ya
si no es la huella
de este extraño placer que siento al describiros
(y el viejo tema de nuestra amistad).
Porque no es ya su pelo
y ni siquiera el tuyo que vendría más tarde,
sino algunas mañanas en que fuimos al muelle
y vimos solitarias
las lámparas de gas en las paredes,
los charcos sucios
de lluvia y de petróleo,
el mar, el mismo mar
latiendo en las mamparas,
los adoquines húmedos del puerto.
Allí,
bajo los hierros verdes y las grúas,
yo conocí tus ojos cansados de café.
De mi infancia recuerdo la bruma de los barcos
y una luna deshecha, tatuada en el mar.
Cuando otra vez se posan
en las playas del Cable y El Poniente
las luces o los pájaros,
he regresado aquí.
Quizás por eso tenga
alquilado el recuerdo
igual que una pensión por unas horas
y espero a que regresen los barcos mientras busco
las sandalias doradas de tu juventud
en los papeles viejos
de mi vida que hoy rompo.
Todo me llega débil como un baile lejano.
El mundo tiene a veces sabor de Noche Vieja.
Será porque el amor soñaba entonces
el color de las lámparas de gas
y yo recuerdo ahora
su fría insuficiencia, colgada sobre un mástil
que nos dejó en la tierra.
Entonces,
tal vez tú lo recuerdes,
nos hablaba en voz baja la luz de la ciudad.
- Luis García Montero
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